YO NO SOY YO
Mi querida
Sonia:
Anoche tu usencia, me estaba martirizando de tal
manera, que repasé nuestro ayer en fotos que aún mantengo en el teléfono móvil.
En los escasos whatsapp que me quedan vivos, busqué no sé si consuelo o
masoquismo. Ya sabes que tengo manías y obsesiones, aunque a mí me desahogan.
Aun así, cigarrillo tras cigarrillo, no logré la paz que buscaba, porque esa
fijación por nuestra amistad rota, no acaba de desaparecer.
He tratado de cicatrizar la herida de lo que fue nuestro
intenso y breve disfrute de los sentidos, pero terminó como un río desemboca en
el mar: en silencio, lentamente y en completa soledad.
Con el paso de los meses y la falta de tus noticias,
se me han extraviado nuestros encuentros, en algún lugar de tus lunares. Y eso
que guardé el mapa de todos ellos por si alguna vez me tenían que sacar de
algún laberinto. No ha sido así. Tampoco encontré manera de reproducir el calor
de tu cuello en mi boca y cómo subir al Everest, de un beso, sin ser necesario oxígeno
para llegar a la cumbre de tus labios sin desmayarme por el camino.
No ha sido preciso volver físicamente al lugar del
último verano trabajando juntos en la terraza del bar de copas, ni escuchar la
música tropical que armonizaba todo el espacio lleno de humo, risas estridentes
y personas agitadas buscando, entre mojitos y cervezas, compañía nocturna hasta
la madrugada.
Me basta tu foto en el teléfono móvil, agrandarla,
ver tus ojos que nunca he sabido si eran azules o de color violeta. Un misterio
que me llevaré al lugar donde el recuerdo y el deseo bailan en perfecta
armonía.
Sonia entraste en mi vida en el momento exacto en el
que me agobiaba la amenaza de una grave enfermedad, tuve la sensación de que al
acercarme a ti cambiarias de cuerpo o de identidad y desaparecerías. El
contorno de mis desbaratadas parcelas mentales se iluminaron y el aire que
respiraba tenía la frescura de la lluvia imprescindible para resucitar hierba apunto
de quemarse bajo un calor inconcebible. Eras mi sanación, la milagrosa luz
ultravioleta que ve lo que los ojos normalmente no pueden ver, saber a qué sabe
un cigarrillo a medias.
Quizá parezca loco, esquizofrénico, romántico, triste
o enfermo mental. Da lo mismo. Mi salud y las oscuridades que me abrazan ahora,
no me dejan pensar en otra cosa que no sea volver a verte.
Quiero llegar al final de mi trayecto hipnotizado por
los días y noches que vivimos en el aquel parque de atracciones que eran nuestros
cuerpos subiendo y bajando de la noria secreta del amor. Nuestros momentos de
gloria reposaron en sudorosos poros exageradamente activos al conocer por
primera vez el éxtasis, y degustar como niños aquellos zumos de naranja y
bombones después de bajar de las alturas.
Las madrugadas, en nuestra playa de espuma y brillos
azules, los besos tan adictivos como una droga dura, fueron el principio y fin
del exagerado placer de todos los sentidos.
Me despertaba haciéndote cosquillas, pero te hacías
la dormida esbozando una sonrisa que yo disfrutaba fingiendo que no te veía. Te
preparaba el café y, a su aroma, me llamabas como cantan los relojes del
campanario las horas en punto. Entonces creí que un reloj sin horas, sería
nuestro ayer y nuestro hoy.
Pero llegaron brisas a tu piel blanca de alguien que
dominaba la fuerza de la seducción y te fuiste camino de algún lugar para el
que no tenía ni brújula ni mapas ni tarjeta de crédito y me quedé sin la
posibilidad de saber más de ti.
Está a punto de expirar el plazo que tengo para
escribirte. Aun así cada minúscula parte de nuestro pasado se mantendrá viva
creyendo que volveremos a ser manantial de espejos.
El inexorable destino me llama. No tengo miedo al más
allá ni a la pena de no poder ver la luz y no saber si yo soy yo; después de
todo, quizá el auténtico yo sea una parte de ti y yo no sea yo del todo.
Ven y revélame tu secreto ¿de qué color son tus ojos?
Te esperaré en la entrada del otro lado del mundo, donde definitivamente se
pone el sol. Solo necesito que me des la mano y subiré al cielo contigo…otra
vez.