miércoles, 10 de agosto de 2011

Segundo premio relatos “Cuando era joven” de LEIOA (Bilbao) Junio de 2010

EL PECADO
He oído en la plaza que mañana viene al pueblo el esquilador de ovejas. Eso quiere decir que es el mes de junio de 1960 y estoy a punto de hacer la primera comunión. El traje me lo presta un amigo de mi padre pero el rosario, el misal y los zapatos me los ha comprado mi abuela con la renta de unas tierras.
A pesar de mi buena voluntad para hacer la primera comunión y que soy muy respetuoso en las cosas que tienen que ver con la religión, me entran todas las enfermedades cuando mi madre me despierta los domingos para ir a misa. Me dice que me lave rápidamente en la palangana, con jabón de olor, que me vista con el traje gris de los domingos y que me ponga los calcetines blancos. Me toca hacer de monaguillo y eso es lo que me pone de muy mal humor. Para animarme me dice que soy muy guapo y me da un beso acariciándome el pelo y yo ronroneo como los gatos. 
De todas las cosas que me mandan hacer, ayudar a misa resulta un calvario. D. Gregorio, un cura barrigudo y con unos ojillos azules detrás de unas gruesas gafas, mira a los niños como los ogros vestidos de negro de los cuentos que me compra mi padre en la capital. Resulta muy desagradable también por sus constantes amenazas de ir al infierno al menor pecado. Y es que para él, casi todo es pecado.
Pero aguantar a D. Gregorio el sermón dominical sobre los castigos infernales y la segura condenación para los pecadores no arrepentidos, no es lo que más me atormenta. Lo peor es hacer el ridículo delante de la gente del pueblo y sobretodo de las niñas de la escuela, si, como ocurría con frecuencia, me equivocaba ayudando a misa.
En la primera fila de bancos a la izquierda del altar mayor se sientan los niños y a la derecha las niñas. En el primero se sienta Araceli, una niña morena de ojos verdes que hará la primera comunión conmigo y con otros niños, y a la que enseñé a hacer cuentas mejor que el maestro. Araceli está pendiente de mis evoluciones, desde que enciendo las velas del altar mayor antes de empezar la misa, hasta que desaparezco con el “ite misa es” detrás de D. Gregorio camino de la sacristía sujetándome la larga sotana roja, para no pisármela, y la blusa blanca de monaguillo obediente.
Araceli me da bienestar pero también me pone muy nervioso y por eso me equivoco con las vinajeras durante la misa y D. Gregorio me echa una mirada terrorífica; me dice palabras en voz baja que no entiendo porque estoy más atento a que no me dé un pisotón para espabilarme. Yo hago que no la veo pero no dejo de mirarla con el rabillo del ojo durante toda la misa. Araceli, pendiente de mis evoluciones en el altar, sonríe y cuchichea con las otras niñas. Me saca la lengua para burlarse de mí, se recoloca el velo y hace cosas así para atraer mi atención. Luego, en la sacristía, D. Gregorio me maltrata verbalmente con su mal genio y no me da ni un céntimo de la colecta que sí da a otros monaguillos que no se equivocan ayudando a misa. Me dice que soy torpe y que en qué estoy pensando al confundir el agua con el vino que tengo que darle para echarlo en el cáliz y por qué se me olvida tocar la campanilla cuando levanta la forma consagrada. Gracias a Dios Araceli no podía oír nada. Me hubiera muerto de vergüenza. Tampoco mi madre sabe de las broncas de D. Gregorio ni el por qué de mis nervios. Está muy orgullosa de que su hijo se vista de monaguillo, pero yo aterrorizado se serlo.
Llega el día de mi primera comunión. Me levanto muy temprano al oír a mi madre sacar del armario de mi dormitorio el traje de marinero y ponerlo sobre una silla y al lado de la cama los zapatos nuevos. Me advierte que no puedo desayunar ni beber agua hasta después de la comunión o no podré comulgar con los otros niños. Yo le digo que lo que me importa es vestirme y salir a la calle y que no se preocupe, no tomaré nada ni me mancharé.
Mis padres y yo llegamos los primeros a la iglesia. No estaba nervioso porque no tenía que vestirme de monaguillo. Tal vez un poco asustado y pensando en lo que sentiría el Capitán Trueno casándose con su novia Sigrid como yo con Araceli en una iglesia que yo veía como el castillo del Capitán Trueno y vestido como él, con espada y su escudo.
Una vez terminada la ceremonia, que se me antojó muy breve, D. Gregorio se presentó en mi casa muy complaciente con todos los presentes. Estaba invitado a comer o más bien a empacharse con toda seguridad, pero yo llegué un poco más tarde por las fotos, besos y felicitaciones de la gente del pueblo en la explanada de la iglesia. Nada más verme en casa me abrazó y me regaló cinco pesetas, que era un dineral, y yo le besé la mano como era costumbre para agradecer algo al Sr cura, pensando que así me perdonaría mis meteduras de pata de monaguillo, aunque él no dijo nada de eso.
Con el capitalazo del Sr. cura, fui corriendo a casa de Regino, el tendero, a comprar una tableta de chocolate Nogueroles que me gusta por los cromos y mi madre decía que daba fuerza a los huesos aunque no siempre tenía dinero para esos caprichos y también compré un puñado de cañamones tostados. Luego voy a casa de Araceli, vestida aún de blanco, y  le digo en voz baja que si quiere ir a las eras a probar el chocolate recién comprado antes de que nos quitaran el traje de “novios” a la hora de la comida y terminar con el ayuno al que nos habían sometido por lo menos ocho horas antes de comulgar. Mueve la cabeza afirmativamente y coge una caja de bombones que le han regalado sus tíos con la imagen de la Virgen del Socorro en la tapa y salimos a paso ligero, ella levantándose ligeramente el vestido para ir más aprisa y yo todo orgulloso, hacia las afueras del pueblo con las protestas de la madre de Araceli y el consentimiento de su padre.
Ella me dice que a qué viene tanta prisa. Le digo que tengo hambre, que no he tomado ni una gota de agua desde la noche anterior igual que ella y que después de la comunión estábamos “casados” porque los que toman la primera comunión juntos también se casan si antes son novios como nosotros. Ella se encoge de hombros. Le doy dos onzas de mi chocolate Nogueroles y ella abre su caja y me da un bombón. Entonces saco de mi bolsillo una pastillita de jabón de olor sin estrenar y el puñadito de cañamones envuelto en papel de periódico. Le digo que es mi regalo de “boda”. Ella, indiferente, sonríe pero no me abraza ni me da un beso en la mejilla que es lo que yo quiero y que le había pedido a San Jorge el patrón del pueblo el día de su fiesta. Sólo me da las gracias, huele el jabón y lo guarda en su bolsito blanco junto con los cañamones. Le digo que ya podemos darnos un beso igual que en las películas que ponían en la plaza los titiriteros. Ella me contesta que eso es pecado pero yo digo que ni D. Gregorio ni en el catecismo dicen nada de eso porque me lo había aprendido de memoria y estaba seguro que si el catecismo no decía nada, se podía hacer porque lo han escrito personas que saben más que D.Gregorio. Además estábamos “casados”. Araceli se vuelve a encoger de hombros, duda un momento pero nos adentramos en los trigales, que por el mes de junio ya estaban altos, nos agachamos, nos ponemos de rodillas uno frente al otro hasta que las espigas nos cubren la cabeza, nos abrazamos y sin preocupación de mancharnos la ropa, nos damos un beso como en las películas; bueno creo que más corto o a mí me lo parece. Sabe muy rico, a chocolate. Ella se pone muy roja y a mí me pasa lo mismo pero además me dan ganas de orinar y pienso que eso es una faena porque besar a Araceli es tan emocionante como ver el mar por primera vez cuando mi padre me llevó a la playa; si interrumpo el beso por culpa de esa rara necesidad de hacer pis, será como si el mar se quedara seco mientras lo miro. 
Nos quedamos como atontados mirándonos sin saber qué hacer, porque en las películas no pasaba nada después; bueno sí, en las películas cada vez que se besan, inmediatamente había otra escena que no tenía nada que ver con el beso. Nos echamos a reír y nos fuimos a nuestras casas sin mala conciencia, al menos por mi parte, pero pensando que algo extrañamente delicioso, más que el chocolate Nogueroles, había sucedido.
Aún así aquella noche de mi primera comunión, que fue la de mi primer beso, no dormí casi nada dando vueltas a la duda sobre si el beso sería pecado mortal o venial y si a los del catecismo se le habría olvidado ponerlo. Entonces tendría que confesarme con D. Gregorio y seguro que me daba una bofetada, si era pecado mortal, por mucho que dijera que lo que oía en el confesionario era secreto. Yo creía que no era pecado, pero ahí estaría el infierno esperándome si lo era y no me confesaba.
Como no me fiaba del todo del catecismo y estaba hecho un lío, al día siguiente después de salir de la escuela por la tarde, me fui a ver a Serafín el especiero que, según había oído hablar a mi madre, tenía una radio en casa y por las tardes escuchaba novelas y consejos para los novios de una señora que se llamaba Elena no sé qué; una señora muy sabia en esas cosas. Además también se oye en el pueblo que lee en un libro muy bueno que se titula D. Quijote que le había tocado en una rifa, aunque yo creo que no le servía para nada porque el maestro dice que ese libro es una joya de la literatura pero habla de caballerías y caballeros andantes; pero Serafín tiene una motocarro y no tiene ni mula ni borrico para vender las especias por los pueblos.
Le pregunté a Serafín que si besar a una niña en los labios un poquito era pecado. Serafín me dijo que besar besar a una niña por pura amistad y nada más, no era mucho pecado. Un poquito podía ser, pero no creía que hiciera falta confesarlo como yo creía. Yo le dije, sin decir el nombre de la niña, que fue en los labios con un poco de chocolate y que me dieron ganas de introducir la lengua en la boca de la niña aunque no sabía por qué y sólo por curiosidad, pero me dio mucha vergüenza y un poco de miedo y además me parecía una guarrería y podía darme una patada. Pero la besé porque había visto en el cine que los besos se los dan los novios o los casados cuando están solos y muy contentos y que me dieron ganas de orina mientras lo daba, aunque eso no lo podía entender. Serafín, sonriente, me puso la mano en el hombro y como susurrando me dijo:
-          No te preocupes, esas ganas de orinar es otra cosa diferente, pero es normal que suceda. Eres un buen muchacho. Según he oído en la radio a Doña Elena Francis, que sabe mucho de novios y de casados, debes seguir siendo amigo de esa niña y ayudarla con los deberes de la escuela y defenderla de los demás niños. Respétala y también juega con tus amigos y si te apetece comer chocolate, compártelo con ella para merendar y regala algo a los demás niños y niñas. No seas avaricioso.
Me quedé mucho más tranquilo porque no tendría que confesarme el beso aunque ya sé que es un poco pecado y que las ganas de orinar eran normales. Serafín es el que más sabía de novios y casados, lo decía hasta el maestro que se va con él los domingos por la tarde a bailar al pueblo de al lado.
Cuando al siguiente domingo de la primera comunión ayudé a misa, no tenía miedo ni me ponía nervioso porque Araceli me mirara o se ocultara los ojos con el velo para jugar con mi timidez o me sacara la lengua. Quizá me faltaba estar  “casado” con ella para quitarme el atontamiento. D. Gregorio agradeció mucho que no me equivocara nada en la misa y me dio dos reales de la colecta.
Me puse tan eufórico, que fui a casa de Regino, el tendero, con los dos reales y compré una caja de gaseosas de papelillos, porque para el chocolate no me llegaba. Aquella tarde Araceli y yo nos bebimos una gaseosa de esas, junto a la fuente detrás del frontón, con un poco de pecado según dijo Serafín.
Un tiempo después, ella se perdió una mañana de otra primavera, en alguna nube donde quiso compartir los cañamones de su bolsito blanco y tal vez el jabón de olor, con otro novio. Pero la gaseosa y el chocolate no puede compartirlos otra vez con nadie, porque el Nogueroles no se fabrica y las gaseosas son de máquina. Y es que nuestro primer pecado, aunque pequeño, fue el único irrepetible, más efervescente y dulce de todos los demás pecados. Por eso nunca me he arrepentido de él. 


1 comentario:

  1. Me ha gustado muchísimo. un paseo por la inocencia del amor infantil.

    J.B

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